Herrero Figueroa, Mª Clorinda (Nenuca)

Lilí y el mar

Son muchos los recuerdos de mi hermana Araceli, a la que yo de pequeña puse el nombre de Lilí. Tendría que ordenarlos en mi cabeza. La mayoría pertenecen al núcleo familiar, llenos de anécdotas que conformaban su manera íntima de ser. Podría hablar de esas cualidades que la definían y diferenciaban: su gran sensibilidad, su enorme intuición, su inteligencia práctica basada en la experiencia y el conocimiento, su talento narrativo, su capacidad de trabajo, su extrema honradez y seriedad, su fina ironía y humor... De su vida laboral hay personas mucho más preparadas que yo para hablar. Yo voy a contaros algo distinto, voy a hablaros de Lilí y el mar. El mar, que siempre asombraba a mi padre, era algo recurrente en la vida de Lilí.

Las primeras imágenes que tengo de ella son de Sada. Allí veraneábamos y allí vimos por primera vez el mar. La playa de Sada no era peligrosa, andabas mar adentro y no cubría. Lilí se metía en el mar sin miedo alguno. Recuerdo a mi madre llamándola desde la orilla “¡Liliiiiiiiiií!”. Es muy difícil gritar ese nombre, pero mi madre sabía hacerlo y sonaba bonito, alargando la última “i” con una voz clara y sonora.

Herrero Figueroa, Mª Clorinda (Nenuca)

As tres irmás Herrero Figueroa

En nuestra adolescencia y juventud nuestro mar era el de Santa Cristina, en La Coruña. Lilí disfrutaba por la mañana cruzando la ría a nado hasta la extenuación, sin importarle la preocupación de todos por si tenía algún percance. El hotel en el que nos alojábamos, El Madrileño, estaba a la orilla del mar. Era la época de las pandillas: de día la vida transcurría en la playa y por las noches en la terraza al aire libre con el ruido del mar siempre de fondo. Lilí lo vivía con toda la intensidad de su brillante juventud.

Nos casamos jóvenes. Mis padres compraron entonces, con gran acierto, en Bastiagueiro, unos apartamentos que nos permitieron veranear y criar a nuestros hijos juntos, cosa que aún seguimos haciendo. En Bastiagueiro Lilí hacía sus escapadas al mar a horas muy tempranas. Cuando muchos aún dormíamos se daba sus primeros baños del día, en la soledad de la playa con todo el mar para ella.

Herrero Figueroa, Mª Clorinda (Nenuca)

Lilí, paixón polo mar

Más tarde Lilí y Humberto, su marido, compraron un piso en Adormideras, en La Coruña. Funcionaría para ellos todo el año como segunda vivienda y fue desde entonces cuando mi hermana vivió con mayor intensidad la presencia del mar. El salón de su casa tenía un ventanal abierto a la entrada de la ría. Allí instaló Lilí un gran catalejo, creo que lo puso antes que el sofá. A través de él contemplaba la entrada de los transatlánticos, el lento pasar de los barcos de pesca en la tarde-noche, y todas las regatas que invaden en verano, casi a diario, el mar de La Coruña. Con lo que más disfrutaba era viendo la entrada y la salida de la Cutty Sark, que no se celebraba todos los años. Identificaba uno a uno los veleros que participaban en ella, a los que además localizaba, fotografiaba y visitaba amarrados en el puerto. Lilí fue feliz en La Coruña. Se bañaba en las pequeñas calas próximas a su casa mientras escuchaba interesada las conversaciones que mantenían las mujeres que en pequeños grupos se metían en el mar hasta que el agua les llega a las rodillas. Esas conversaciones la entretenían, y ella las analizaba comentando: “El léxico y la forma de ser de las mujeres de puerto de mar es distinto a las del interior, ni mejor ni peor, distinto”. Los baños en el mar eran para Lilí el remedio mágico para cualquier dolencia. Yo creo que justificaba su pasión por el mar llegando a darle un valor extracurativo. En La Coruña disfrutaba de las familias de sus tres hijos, que entonces vivían allí. Eso le permitió ver crecer a sus siete nietos, que fueron su mayor razón de existir. Se sentía muy querida por todos ellos y sabía decirle a cada uno aquello que los diferenciaba y distinguía.

Herrero Figueroa, Mª Clorinda (Nenuca)

En los últimos años rompíamos los largos inviernos de Galicia yéndonos en noviembre y en febrero a Las Palmas de Gran Canaria. Había mar y ella lo disfrutaba desde primera hora de la mañana. Yo la acompañaba y la contemplaba desde la arena de la playa, esperando su llamada de todos los días: “Métete, Clo, el agua está buenísima”. Para no contradecirla, muchas veces sin ganas, me acercaba a la orilla y mojaba los pies. Verla disfrutar era todo un espectáculo, saltaba, nadaba, hacia la bicicleta y sus carcajadas invadían la Playa de Las Canteras. Humberto era feliz mirándola.

Sus últimas palabras, antes de que la durmieran en el HULA, fueron para su marido. Le hablaba del Paseo Marítimo, le hablaba del mar. Creo que Lilí en su primera vida fue un delfín. Ahora la veo en el mar, la oigo reír, la veo saltar las olas acompañada y observada siempre por mi padre que también amaba el mar.

Herrero Figueroa, Mª Clorinda (Nenuca)

Nenuca e Lilí