Villanueva Abelairas, Nieves

Adiós, querida Lilí

Confieso que me resulta difícil hablar en pasado de mi amiga Araceli Herrero, estando ella tan presente, tan cercana y cálida su sonrisa, tan expresiva su mirada. Nunca antes había sentido la incredulidad e impotencia que me invadieron cuando supe de su largo viaje sin retorno, y la inmensa compasión por el doloroso trance que estaba viviendo su familia.

Una de esas tristes noches tuve un sueño que alivió mi frustración. Me veía entrando en una máquina del tiempo de esas que, en el cine, permiten regresar al pasado para cambiar el curso de las cosas. Con insospechada habilidad tecleaba yo, en el cuadro de mandos, una fecha de años atrás y enseguida me veía enfilando la Avenida Ramón Ferreiro, con ropa ya olvidada, esperando la salida de Lilí del centro en que impartía clases. Caminábamos juntas hasta el Parque Rosalía, y allí, sentadas en una terraza con unos cafés, manteníamos un encuentro, que sólo yo sabía que sería el último. Hablamos y hablamos, evocando recuerdos y vivencias, intentando yo hacerle llegar todo mi cariño y gratitud por tantos buenos ratos compartidos. La despedí con un fuerte abrazo, más explícito que todas las palabras. Ese abrazo último que no tuvimos la oportunidad de darle…

Debo decir que conocí a Lilí como hermana pequeña de Nenuca, un par de cursos detrás de nosotras. Era una rubita vivaracha, que se fue haciendo mujer en el entorno lucense de un tiempo en que todos nos conocíamos. Supe de su tesón y fuerza de voluntad como estudiante, muy especialmente en la etapa en que, ya joven casada, hubo de conciliar sus estudios y trabajos universitarios en Santiago, desplazamientos incluidos, con su responsabilidad familiar tras la llegada de los niños.

Fue en esa etapa cuando hicimos “basca” con otros matrimonios de amigos comunes, básicamente en plan desconexión de fin de semana. Los primeros tiempos nos reuníamos más en los hogares respectivos. Nos ilusionaba sacar un bonito mantel bordado y sorprender a los amigos con un menú novedoso. La sobremesa se prolongaba hasta las tantas, cuando ya los niños dormían plácidamente. Los años nos volvieron más prácticos y recurríamos más al restaurante. Curiosamente, no solíamos tratar en estos encuentros de viernes o sábado las cuestiones laborales de cada cual. Se trataba precisamente de desconectar de todo eso que ocupaba nuestra semana. Compartíamos temas de actualidad, lecturas, películas, anécdotas de viajes, filosofadas de la vida pasada y futura y, por supuesto, comentábamos cuanto Lilí publicaba o recogían de ella las páginas culturales de la prensa del momento. Nuestra condición locuaz no dejaba lugar al aburrimiento, y Lilí era especialmente cálida cuando hablaba de sus seres queridos, y muy amena cuando nos refería vivencias pretéritas de un Lugo intramuros y su gente, que ella dominaba por sus raíces locales y sus conexiones familiares. La recuerdo siempre animosa y positiva, nunca se enfadaba, sino al contrario, solía diluir con su sonrisa y alguna broma cualquier discusión “politiquera”.

Villanueva Abelairas, Nieves

Teniendo hijos de edades parecidas, amigos y compañeros algunos de ellos, Lilí ejercía de progenitora relajada, muy de agradecer cuando la prole numerosa te producía algún sobresalto. De su temple sereno y risueño daban fe los dentistas de la casa, que la ponían como ejemplo de paciente modélica. Parece lógico que el ambiente le resultase familiar, dado que su buen padre también gastaba bata blanca.

Entre los buenos recuerdos de aquellos años merecen especial mención las escapadas familiares a Portugal, querido país hermano que tan bien nos ha recibido. Como si de un club deportivo se tratara, y aprovechando “puentes” largos o vacaciones, fletábamos un autobús y reservábamos algún pazo-hotel en Póvoa, Bussaco o Vidago, para alojar a la pandilla y su colección de infantes, que invariablemente posaban para la cámara formando escalera de 6 a 16 años, más o menos. Sería prolijo enumerar las posibilidades de esparcimiento, turismo y gastronomía de la tierra portuguesa, así como la gentileza incontestable de su gente. Si los mayores lo pasábamos bien, turisteando, de mercadillos y charlando de nuestras cosas, la chavalería disfrutaba de un relax total, que incluía algún susto, como cuando dos de los chicos, jugueteando en el balcón de su habitación a la hora de acostarse, rompieron el cristal, que produjo un corte importante en el antebrazo de uno de ellos, al que el doctor del grupo llevó rápidamente al hospital, entrada ya la noche.

Villanueva Abelairas, Nieves

Quizá el recuerdo más emblemático de aquellas excursiones sea la voz grave de Humberto amenizando con su guitarra la sobremesa o los desplazamientos, mientras todos, grandes y chicos, lo coreábamos con entusiasmo. Intenso poder evocador el de la música, que te pone un nudo en la garganta cuando te trae voces e imágenes perdidas para siempre.

Vin morrer a Gondarem,
Terra dos contrabandistas,
A farda dos bandoleiros
Nao consinto que ma vistas.

Villanueva Abelairas, Nieves

A voz grave de Humberto, acompañada coa súa guitarra

La vida universitaria de los chicos primero, su emancipación después en otras ciudades y nuestra jubilación por último, con la libertad de movimientos que eso permitía, fueron cambiando los hábitos del grupo de amigos. Las veladas de fin de semana se fueron distanciando, menudeaban los viajes, los veraneos alejados, las visitas a la prole, el acompañamiento de alguno de nuestros mayores... Aunque nos encontrábamos o nos llamábamos para coincidir en cualquier parte y nos poníamos al corriente de las novedades. También en La Coruña, con Lilí y Humberto.

Habíamos despedido ya a Pilar y a Jimmy, como ahora dijimos adiós a nuestra querida Lilí, viva para siempre en nuestro recuerdo y nuestro corazón, donde ocupan lugar especial nuestros queridos Humberto y Cristina, Álvaro y Gustavo, Nenuca y Macali, que tan duros tiempos han conocido. Nunca la olvidaremos.

Villanueva Abelairas, Nieves

As familias Alija-Villanueva, José Manuel e Victoria Romay, e Humberto Vázquez e Araceli Herrero