Couto Cantero, María Pilar

Homenaje a la doctora Araceli Herrero Figueroa

De las muchas personas que se han cruzado en mi camino a lo largo del tiempo, es verdad que algunas han pasado por mi vida inadvertidas, sin pena ni gloria, y otras, como Araceli, se han quedado para siempre en mi elenco de personas queridas y admiradas. La profesora Araceli Herrero Figueroa ocupa sin duda un sitio preferente, ya que pienso en ella con frecuencia y mantengo también presentes todas las cosas que, de forma sutil y desinteresada, me enseñó durante el tiempo que disfruté de su amistad.

Empezaré por su vida profesional, mencionando que habiendo llegado al punto máximo de su carrera como catedrática, hacía honor a su cargo de forma discreta, contundente y elegante, pero sin pavonearse y sin pisar a los demás (por desgracia, esto es cada vez más frecuente de lo que nos gustaría en el mundo científico y de la academia). Sin embargo, a pesar de su discreción y modestia, sus logros fueron muchos, tantos que no tendría espacio ni tiempo en este marco reducido para poder enumerarlos todos. Por tanto, lo mejor sería, como todo buen investigador que se precie, ir a las fuentes primigenias y leer en primera persona todos sus trabajos, investigaciones y abundante legado que dejó por escrito, lo cual recomiendo encarecidamente.

Por poner un ejemplo puntual y materializar estas palabras, recuerdo con mucho cariño la elaboración de un monográfico sobre violencia de género en la obra de doña Emilia Pardo Bazán, que realizamos trabajando en equipo la doctora Araceli Herrero, la doctora Patricia Carballal y yo misma, y que vio la luz en el año 2011 con su publicación en el número 8 de la revista La Tribuna, “Cuadernos de la Casa-Museo Emilia Pardo Bazán”, dedicada a la vida y obra de esta insigne mujer (que por cierto, está de rabiosa actualidad al celebrarse este año 2021 el centenario de su muerte) y que invito a consultar en este enlace.

De todos los ejemplos que podría apuntar he querido seleccionar este porque tanto la profesora Herrero como la escritora de Marineda fueron y son dos mujeres que han dejado una profunda huella en mi vida, tanto a nivel profesional como personal, y merecen todo mi respeto y admiración. Ambas comparten, a mi modo de ver y salvando las distancias generacionales, ciertos paralelismos por ser mujeres de bandera, por su fuerza vital, por sus profundos valores y convicciones, por su ética profesional, por su saber hacer y, sobre todo, por ser tan bellísimas personas como lo fueron cada una en su estilo. Las dos son también mujeres inmortales porque su luz brilla y brillará siempre, porque esa luz es atemporal y porque permanece gracias al testigo que todos (lectores, familiares y amigos) hemos recogido y no dejaremos que se apague nunca.

Con respecto a mi relación personal con Araceli he de decir que siempre fue una persona muy cercana, como una segunda madre dispuesta a escucharme y darme siempre buenos consejos cuando los he necesitado. Para mí era esa persona sabia, alguien a quien recurrir y siempre, siempre mi ejemplo a seguir. Como compartíamos área de conocimiento e investigación, siempre me ayudó y me hizo ver las cosas desde una perspectiva objetiva y serena, incluso en momentos de enfado o frustración. Me consta que no fue así sólo conmigo, sino que era su modo de ser y doy fe de que ayudó a todo el que pudo y se cruzó en su camino.

Araceli, además de todo su saber como experta en el tema profesional, compartió conmigo su entorno familiar, y me abrió las puertas de su casa, de modo que ahora mantengo amistad también con su hija Cristina. Ella y yo llevamos también vidas paralelas tanto en lo profesional como en lo personal, aunque en la lejana distancia. Pero no por ello nos sentimos lejos, como tampoco me siento lejos de Araceli, a quien siempre tengo en mi memoria con su sonrisa, su elegancia natural y su gran corazón.