O sorriso de Lilí / Homenaxe a Araceli Herrero Figueroa / Colectivo Egeria
Araceli y doña Emilia
Araceli Herrero nos dejó hace un año, con gran tristeza para muchos: amigos, compañeros, alumnos y lectores. A todos nos ha dejado un poco desasistidos, antes de tiempo, de su sugestiva personalidad.
Se ha ido sin poder completar una obra para cuya elaboración le quedaban todavía muchos años plenos de investigación y creatividad. Pero la que deja es, no obstante, de mucha entidad. Intelectualmente, por el tema de su tesis doctoral, se la vincula a Luis Pimentel, cuya obra no dejó de ser motivo constante de su atención.
También se insiste en el magisterio ejercido sobre ella por el profesor Carballo Calero, de quien fue alumna aventajada y predilecta desde los años colegiales de Fingoy, y cuyo magisterio permaneció presente en ella en la Universidad. Carballo Calero fue un referente permanente en la trayectoria intelectual de Araceli, al igual que de otros muchos escritores de su generación.
Pero su constante dedicación a Pimentel no le impidió interesarse por otros autores a los que también estudió con especial atención. De entre todos ellos, quisiera detenerme un instante en doña Emilia Pardo Bazán, de cuya obra se ocupó en varias ocasiones.
A mi juicio, es posible advertir algunas concomitancias entre Araceli Herrero y doña Emilia.
Doña Emilia llevaba en su apellido Figueroa; su madre era Amalia de la Rúa y Figueroa. Ambas, Araceli y doña Emilia, pertenecían, con la diferencia notable de época, a una franja social en la que las mujeres encontraban obstáculos para dedicarse a labores creativas o de investigación, condicionadas por una ambiente social que primaba la función de madre de familia sobre otras. Obviamente, en el caso de la Pardo Bazán estaba acusadísimo. En los tiempos de hoy, que son los de Araceli, se ha diluido, e incluso se viven circunstancias de lo que se ha llamado “empoderamiento” de la mujer. Ello no obsta sin embargo para que se puedan advertir algunos paralelismos susceptibles de ser calificados de discriminatorios, o en todo caso de difícil explicación.
Sabemos que doña Emilia escribe sus primeras obras a los trece años. En Araceli Herrero también se advierte cierta precocidad en varios aspectos de su vida. Fue ganadora de los juegos Minervales en Santiago de Compostela cuando todavía estudiaba el bachillerato. Santiago ha de estar ligado a su vida, allí estudia su carrera, y luego allí completará su vida académica y profesional.
Iba a hacer sus exámenes a Santiago con su avanzado embarazo en el coche de línea, a las siete de la mañana, en unas condiciones poco confortables.
Doña Emilia y Araceli Herrero se dedicaron con ahínco al estudio y a la lectura y se mantuvieron muy arraigadas en Galicia y a la cultura gallega. Pero lo que a mi juicio permite establecer un cierto vínculo entre la una y la otra es que fueron sometidas por ciertas instituciones.
A doña Emila se le negó reiteradamente el ingreso en la RAE, a pesar de la magnitud de su obra y de sus méritos intelectuales. Este veto a doña Emilia creemos que no solo se debía a una cierta misoginia propia de la época, sino al temor de muchos académicos a una cierta competencia, intelectual y creativa, procedente precisamente de una mujer. Cambiando lo que haya que cambiar nos parece advertir una cierta arbitrariedad en el reiterado rechazo al ingreso de Araceli en la RAG.
Resulta difícil entender que Araceli Herrero no haya sido elegida numeraria de esa institución, habida cuenta de la valoración objetiva de méritos: desempeñaba su cátedra con dedicación extraordinaria, había hecho su tesis sobre una figura esencial de la poesía gallega del siglo XX, sus investigaciones, publicaciones, y ponencias congresuales constituyen un corpus académico de indiscutible valor.
Ahora no serían razonables argumentos de orden social que pudieran ser válidos en tiempos de la Pardo Bazán, de modo que ello permite conjeturar sobre los motivos que impidieron la entrada de la profesora Herrero Figueroa en la RAG. Quizá no sea descabellado imaginar que las razones de ese “veto” fueran más de conveniencia política o de afinidades partidistas. O, sencillamente, porque aunque el hecho de ser mujer ya no es, ciertamente, un inconveniente ni haya que pagar un precio por ello, tal vez sí haya que pagar un peaje por el hecho de ser independiente, ajena a siglas y capillas. Y esa condición, la de la independencia por encima de todo, sí que era una cualidad categórica en Araceli Herrero.
Doña Emilia, tan liberal de costumbres y al mismo tiempo tan católica; Araceli, tan intelectual y tan comprometida con la literatura gallega, pero solo, exclusivamente, con la literatura gallega. Una y otra fueron fieles a sus compromisos personales e intelectuales. Fieles e independientes, dos condiciones que no siempre son fácilmente aceptables en según qué medios.
Siempre alegre, con la hermosa sonrisa en los labios, amiga, compañera, vitalista, curiosa por toda novedad cultural, profesora, protectora, fue un regalo su presencia. Y un tesoro su amistad.