O sorriso de Lilí / Homenaxe a Araceli Herrero Figueroa / Colectivo Egeria
Lilí avoa
Ignacio Rodríguez Vázquez es nieto de Araceli, y escribe en su nombre y en el del resto de los nietos (Adela, Inés, Arturo, Rodrigo, Elena e Eugenia)
Es curioso cómo una persona puede cambiar tu perspectiva de la vida, cómo alguien puede motivarte para ser la mejor versión de ti mismo y cómo alguien puede, sin darte cuenta, darte y enseñarte todo. Dieciocho años pude gozar de la presencia de alguien así en mi vida, de mi avoa, mi profesora, mi modelo a seguir. Es difícil describir en dos páginas la importancia y el impacto que tuvo mi avoa en mí. Podría escribir un libro entero si me dieran la oportunidad, pero tras mucho pensar he podido recopilar algunas de las mejores memorias con ella.
Los primeros recuerdos que tengo con avoa son en Adormideras. Recuerdo que todos los fines de semanas mis hermanas y yo discutíamos sobre quién iría a dormir a casa de los avós, y yo, por ser el mayor, conseguía ir la gran mayoría de veces. Los avós me recogían con su Opel Astra y de camino a casa sonaba la canción “Silencio”, de Carlos Gardel. Solíamos parar en algún quiosco y avoa compraba un libro de la colección “El maravilloso mundo de los animales”. Llegábamos a casa, me ponía una película, paseábamos a Frodo, y me traía la cena en una bandeja, lo cual era entonces impensable, ya que mis padres no me dejaban hacerlo. Tenía todo lo que un niño de seis años desearía.
Después llegaba el verano, y con el verano llegaba el Arde Lucus. Yo creo que avoa se pasaba todo el mes de junio planeándolo. Llegábamos a Lugo y lo primero eran los trajes, había uno para todo el que lo quisiera, y cada año iban mejorando. Después de vestirnos, como no, avoa sacaba su video, y con él grababa eternos documentales. “Patata”, decía avoa. Creo que he escuchado esa palabra salir de su boca más que mi propio nombre. Eran tiempos felices. No faltábamos ningún año. Arde Lucus, San Froilán y el Domingo das Mozas eran fiestas que avoa nunca se perdía, y gracias a ella llevo esas tradiciones hoy conmigo.
Unos pocos años pasaron, y yo cumplí ocho, lo cual puede sonar como muy poco, pero para mi avoa eso era ser casi un adulto. Y el convertirse en “adulto” vino con largas conversaciones: historia de la familia, estudios, su carrera, etc. Hay dos de esas conversaciones que recuerdo perfectamente. La primera la tuvimos con mis hermanas en Lugo, ese día avoa nos contó la historia de cuando se sacó la carrera mientras tenía tres hijos pequeños. Avoa lo contaba con gran humildad, como si no fuera más que lo ordinario. Y no fue hasta ahora, casi acabando segundo de carrera, que me di cuenta de lo difícil que tuvo que ser, ya que para mí sería impensable hacer esto ahora. Pienso en esa historia frecuentemente, y la utilizo como motivación: si avoa lo pudo hacer con tres hijos, yo lo puedo hacer con ninguno. Ella siempre fue y será, uno de mis modelos a seguir.
Tres xeracións dos Vázquez-Herrero
La segunda conversación que tanto recuerdo la tuvimos también en Lugo. Avoa me había preguntado que me gustaría ser de mayor, y yo le conté que mi sueño era ser veterinario. Ella escuchaba atentamente mi monólogo sobre mi pasión hacia los animales, y al terminar ella propuso ir a visitar la facultad de Veterinaria de la USC. Recuerdo ese día como si fuera hoy. Avoa conocía a algunos de los profesores de Veterinaria, y consiguió que me enseñasen algunos de sus laboratorios. Fue apasionante. Avoa siempre conseguía ver nuestras pasiones y hacía todo lo posible para ayudarnos a seguir nuestros sueños, regalándonos un libro sobre el tema, o llevándonos de excursión a algún sitio. Tal fue la motivación de avoa desde mis ocho años que casi doce años más tarde sigo persiguiendo ese sueño, no en medicina animal, sino en medicina humana.
Los años pasaron, y nos mudamos a México. Avoa, apasionada de la historia y cultura Mexicana, me mandaba emails sobre artículos que leía. “Uno es de donde uno come”, decía, mientras justificaba que teníamos que conocer la cultura mexicana. Siempre leyendo y enseñando. Si estábamos en México, enseñaba cultura mexicana, si en Galicia, cultura gallega, si en Turquía, cultura turca. No se le escapaba ninguna. Me extrañaría llegar a conocer a alguien más culto que mis avós.
Llego el 2013 y tocó volver a A Coruña. Justo coincidió que ese año el tío Álvaro y familia se mudaron a dicha ciudad. Estábamos todos los nietos en Coruña: Elena, Eugenia, Inés, Arturo, Adela, Rodrigo y yo, y entonces avoa nos invitaba a comer todos los domingos. Llegábamos a Adormideras y pulsábamos al 2D. “Quiéeeen?”, decía avoa. “Nosotrooos”, decíamos. Abríamos la puerta, y antes de andar cuatro pasos ya estaba Tula en el portal saltándonos. Subíamos, y como siempre estaba avoa esperando en la Puerta. “Ayyy!”, decía emocionada. Tocaba comer, y entonces nos sentábamos todos en la mesa del salón. Avoa, sentada en la silla más cercana a la puerta no paraba quieta. “Nachii, ¿caldo? ¿Un filete? ¿Fresas con yogur?”. No paraba, siempre estaba atenta a los demás, era común terminar de comer mientras que avoa no había empezado. Y así cada domingo, uniendo a la familia. No es de extrañar que mi hermana Adela la describa como el “pegamento de la familia”.
Los años pasaron y mi familia se mudó a los Estados Unidos. Como mis padres se tenían que quedar trabajando allí, mis dos hermanas y yo veníamos a pasar el verano con mis avós en Adormideras. Sin duda describiría esos veranos como los mejores hasta hoy, y todo gracias a ella. Pude disfrutar y verla todos los días, y ella me otorgó una libertad y confianza que jamás había tenido. Ella entendía que éramos adolescentes, y entonces hacía todo para que mis hermanas, Eugenia y Adela, y yo, fuéramos felices, y eso es algo por lo que estaré eternamente agradecido.
Así es la historia. La historia de una mujer que dejó un legado infinito y de la cual estoy extremadamente orgulloso de poder decir que es mi avoa.