O sorriso de Lilí / Homenaxe a Araceli Herrero Figueroa / Colectivo Egeria
Araceli Herrero en los adentros de Pimentel
Ya no existe la Celta. Ni la librería, ni la imprenta, ni la editorial. Todo había sido obra de Francisco Esteban González, un madrileño que mediada la Guerra Civil llegó a Lugo en calidad de delegado de la papelería Lombardero. Primero se estableció en la calle de San Pedro y se fue trasladando luego, sucesivamente, a la calle del Obispo Aguirre y a la de San Marcos, haciendo crecer el negocio hasta alcanzar servicios de librería e imprenta. De la imprenta nació Ediciones Celta, o tal vez fuera más justo decir que fue el compromiso adquirido por Francisco Esteban para imprimir la “Revista de Administración, Hacienda y Servicios Públicos” (órdenes, normas y decretos dictados por la Junta de Defensa Nacional, establecida en Burgos), con el lema “Una Patria, un Estado, un Caudillo” proclamado en la portada, lo que hizo posible el tránsito de la impresión a la edición. Eran años aquellos en los que la autorización de constituir una empresa editorial pasaba por la certeza de la adhesión al naciente régimen, que era garantía de no entregar minervas y cajas a funciones conspiratorias o deshonestas.
Se trae aquí este breve recuerdo de la Celta porque tanto el nombre de Luis Pimentel como el de Araceli Herrero, la más solvente escrutadora de su obra, están muy vinculados a esa tipografía. Y ese vínculo no es accidental sino sustancial, porque es Celta quien sacará a la luz el primer libro de Pimentel como tal (calidad aparte, es difícil ver en las veintitantas páginas de “Triscos” algo más que un opúsculo), y es Celta quien acoge su “Obra inédita o no recopilada”, trabajo que constituirá el grueso de la tesis doctoral de Araceli Herrero, elaborada bajo la dirección del profesor Carballo Calero.
Alguna vez manifestó la profesora Herrero Figueroa la seducción -casi abducción- que, siendo todavía estudiante de Bachillerato, le produjo la lectura de “Barco sin luces”, el libro de Pimentel que vio la luz en 1960 en pulquérrima edición de Celta (al cuidado de Ángel Johan), dos años después de muerto el poeta. Un año antes, en 1959, Galaxia había sacado a la luz “Sombra do aire na herba”, con prólogo de Celestino Fernández de la Vega, responsable de la selección y disposición de los poemas y quizá hasta del propio título del poemario.
Que Araceli calibró enseguida y con gran agudeza la verdadera dimensión del universo poético pimenteliano se advierte en su trabajo “Pimentel na historia da poesía”, publicado en la revista Grial (número 64, segundo trimestre de 1979), imprescindible para entender la relación -acercamientos y alejamientos- entre la voz pimenteliana y la de los poetas reiteradamente señalados como de mayor influencia y proximidad a ella: Laforgue, Jammes, Supervielle, Rilke, Rosalía…
La elaboración de la tesis doctoral supondrá para Araceli Herrero una inmersión integral, monopolizadora casi de su atención intelectual, en la obra de Pimentel, a cuyos papeles “inéditos o no recopilados” le es posible acceder a través de la relación de amistad entre la familia del poeta (viven entonces su viuda, Pilar Cayón, y su hija, Rula) y la de la tesinanda. Y es entonces cuando Pimentel se va a convertir, ya para siempre, en la capital de la geografía literaria de Araceli, que es, por otra parte, una geografía entrecruzada por otros muchos países y en la que asoman -altas cumbres o suaves valles- los nombres de Cunqueiro, de Cotarelo Valledor, de doña Emilia, de Fole, de Carballo…
En la tesis, que Celta convertirá en libro en 1981, Araceli exhuma un importante material inédito: más de un centenar de poemas y varios textos en prosa, todo ello en castellano, idioma de uso y creación en Pimentel.
El ciclo de la bibliografía y hemerografía pimenteliana de Araceli -en el que es obligado incluir la conferencia “Lugo e Luis Pimentel”, con la que la USC celebró en 2007 la festividad de Santo Tomás- se cierra con el monumental colofón de la edición de su opera omnia que preparará por encargo de la editorial Galaxia. Un grueso volumen de más de quinientas páginas en el que la voz del poeta lucense, siempre “entrecortada por la emoción y el misterio”, dirá Dámaso Alonso, se amplifica y esclarece con un prólogo rebosante de erudición, claridad didáctica y brillantez expositiva. Insistamos en esto: sí, brillantez expositiva, una lección de estilo. Porque Araceli era, también, una gran escritora, una erudita en posesión de una escritura limpia, pedagógica (como propia de su largo ejercicio profesoral) y ajena a toda afectación.
Aprendimos mucho de Lilí Herrero. Y seguiremos aprendiendo ahora que ya está -digámoslo con palabras de Pimentel- “allí donde Dios parece tener su trono”.