O sorriso de Lilí / Homenaxe a Araceli Herrero Figueroa / Colectivo Egeria
Hay días en los que todavía me parece verla
Cuando el otro día me llamó Xulio Xiz proponiéndome que escribiera algo sobre Lilí me sentí realmente afortunada de formar parte de algún modo de este merecido homenaje a una mujer tan brillante como lo era ella.
Hay días en los que todavía me parece verla por la Avenida de Ramón Ferreiro. Coincidíamos a menudo, ya que vivíamos por la misma zona. Iba casi siempre con su querida hermana Nenuca, y siempre tenía un momento para pararse a charlar: “Mira, Nenuca, ¿sabes quién es? Fíjate en los ojos, es igual que la tía Maruja… Es Patricia, hija de José Ramón. Cómo echamos de menos a tu padre…”
Mi padre y Lilí siempre estuvieron muy unidos. Tengo recuerdos de bien pequeña, cuando los fines de semana salíamos de paseo con mis padres y nos encontrábamos con Lilí y Humberto por el centro. Siempre se paraban y recordaban anécdotas y momentos que habían vivido juntos. Se percibía claramente el inmenso cariño que se tenían el uno al otro.
Una de las cualidades que destaco más de Lilí es que era muy familiar, de esas personas que invierten su tiempo y su ilusión en organizar una reunión para que todos nos reencontremos. No lo hacía por figurar ni por atribuirse el mérito. A ella le bastaba con vernos a todos emocionados por vernos de nuevo.
Siempre te hacía sentir como si hiciese años que no te veía por la explosión de cariño que sentías al hablar con ella. Siempre sentías que estaba ahí para ti. Era una mujer muy entregada y nada egoísta. No eran sólo palabras, si algo necesitabas, ahí estaba ella para ayudar. Muchas veces, cuando me veía, me daba consejos para promocionar dentro de la universidad: “Tienes que publicar, es lo más importante. Ya sé que es difícil en tu área, pero mira, llamas a Cristina y ella te puede orientar”. Era extremadamente generosa.
Lilí era una madre maravillosa. Hablaba de sus hijos con un orgullo infinito. Me contaba cosas de ellos y lo hacía con tal pasión que me parecía ser partícipe de sus vidas en primera persona. Estoy segura de que ese mismo orgullo lo sienten sus hijos y sus nietos hacia ella.
Profesionalmente admirable, lo que Lilí realizó a lo largo de su vida no era muy habitual en aquellos tiempos. Tenía muchísimas inquietudes, y eso, unido a su gran inteligencia y capacidad de trabajo, hizo que obtuviese un merecido reconocimiento a su labor a lo largo de los años.
Como le dije a Nenuca el día que me comunicó que había fallecido: “Al igual que mi padre, se fue demasiado pronto”. Aún le quedaban muchas cosas por vivir. De todos modos, siempre sentiremos de un modo u otro que está entre nosotros, porque siempre mantendremos vivo su recuerdo.